De entre todas las fascinantes criaturas del folclore andino, el Amaru es una de las que más se asemeja a un dragón. En quechua, uno de los idiomas originarios de los Andes centrales, “amaru” significa “serpiente”, palabra que también hace referencia a las serpientes de aspecto monstruoso que figuran en los mitos de la región. Debido a que las culturas precolombinas carecían de un lenguaje escrito, la mayoría de los relatos sobre esta criatura provienen de tradiciones orales, algunos de los cuales lograron ser transcritos por cronistas, sacerdotes y otra gente letrada durante la Colonia. Estas fuentes, sin embargo, no están completamente de acuerdo sobre el aspecto físico del Amaru, aunque el elemento ofídico siempre está presente. Asimismo, cabe señalar que en las leyendas no siempre se habla del Amaru como si fuera una entidad sobrenatural individual; si bien en algunas de ellas éste surge como un ser único desde las entrañas de la tierra, en otras se habla de dos Amarus enfrentados el uno contra el otro. En este artículo exploraremos algunas de estas historias para tener una mejor idea sobre la naturaleza y el simbolismo detrás de esta criatura.

El Amaru suele estar asociado con el mundo subterráneo, la tierra y los movimientos sísmicos. De acuerdo a la cosmovisión andina, el mundo se divide en tres regiones: Hanan Pacha, el mundo de arriba, habitado por los dioses y los pájaros; el Kay Pacha, el cual es el mundo presente, habitado por los hombres; y el Ukhu Pacha, el mundo subterráneo de los muertos (1,2). Es precisamente en esta última región donde habita el Amaru, del cual se dice suele provocar terremotos y deslizamientos de tierra al salir de las profundidades de las cavernas a causa de su gran tamaño (3). Uno de los relatos del Amaru que lo vincula a la tierra y a las grandes formaciones rocosas es el recopilado por el Francisco de Ávila, un párroco de Huarochirí del siglo XVI, el cual trata principalmente sobre la lucha entre dos divinidades de las montañas, Pariacaca (el cual es el nombre de un nevado en la actualidad) y Huallallo Carhuincho (una divinidad volcánica). Ambas deidades luchaban por el dominio de una región de los Andes centrales comprendida entre los actuales departamentos de Lima y Junín; en el combate, Pariacaca hizo descender lluvias torrenciales y una avalancha sobre Huallallo Carhuincho, quien se había convertido en llamas de fuego que se alzaban hasta el cielo, y eventualmente consiguió apagar sus flamas y hacerlo huir con los rayos que él arrojó contra su adversario. En un acto de desesperación, Huallallo Carhuincho invocó un Amaru para detener a Pariacaca:
“Entonces, Pariacaca, lanzando rayos y, también sus cinco hermanos, lanzando rayos penetrantes, derrumbaron, dicen, el precipicio e hicieron temblar a Huallallo. Este, luego, hizo salir una inmensa serpiente de dos cabezas, llamada Amaru: <>, dijo. Pariacaca, viendo a la gran serpiente, hizo un bastón de oro y con él punzó en el centro del lomo a la bestia. El Amaru se enfrió y convirtió en piedra. Este Amaru helado se puede ver claramente, hasta ahora, en el camino que va por Caquiyoca, en las alturas. Y los hombres del Cuzco o de cualquier otro sitio que saben, que tiene conocimientos, rascan el cuerpo de este Amaru con alguna piedra y sacan polvo de ella para emplearla como remedio. <>, dicen.” (4)

El relato culmina relato culmina con la huida de Huallallo Carhuincho hacia el este, quien como deidad volcánica se lleva consigo el clima cálido, y con Pariacaca restableciendo el clima frío de la región, un detalle que, al menos en teoría, hace referencia a un período pasado indeterminado en el cual hubo una serie de fenómenos naturales desastrosos (lluvia y granizo) que dañaron terriblemente los labradíos de los pobladores, caracterizado también por un terremoto de grandes magnitudes (5); esto último podría estar vinculado con la aparición del Amaru, aunque a falta de evidencia queda en el territorio de la especulación. Resulta interesante notar que el Amaru de la historia tiene dos cabezas, lo cual coincide con algunas de las representaciones fantásticas de serpientes bicéfalas en varias culturas preincaicas, tales como las culturas Moche y Recuay:
Figura C – Botella gollete pictórica con diseños geométricos de serpiente bicéfala estilizada perteneciente a la cultura Moche (200 a. C. – 800 d. C.) hallada en Laredo, departamento de La Libertad, Perú, Museo Larco.


El Amaru del relato de Francisco de Ávila podría haber sido inspirado en las representaciones de serpientes bicéfalas propias de culturas anteriores a la incaica, muy comunes en su arte y textilería. Sin duda, las dos cabezas le otorgan un halo monstruoso al Amaru de esta leyenda, aunque es posible que exista un significado adicional detrás de estas serpientes bicéfalas. Por otro lado, la historia parece estar sutilmente salpicada con detalles que nos hacen pensar en la tradición cristiana, no solo porque de Ávila fuera un religioso católico, sino también por el inevitable proceso de asimilación de elementos cristianos en las creencias andinas durante la colonia, y es que el bastón de Pariacaca nos hace pensar indefectiblemente en el bastón que usó Moisés para enfrentarse a los hechiceros del faraón (Éxodo 7: 8-10), pues ambos lo usaron para eliminar a serpientes enemigas; además, al mencionar la costumbre de los indígenas de sacar polvo del cuerpo de este Amaru para curar sus males (la relación entre sanación y la serpiente/amaru no queda establecida en la narración del párroco) nos recuerda a la serpiente de bronce que usaron los judíos para sanarse del veneno de estos animales (Números 21: 4-9). Esta asimilación de creencias es un fenómeno prácticamente inevitable cuando una cultura se mezcla con otra, pero a pesar de que esto tergiversa la interpretación exacta de la tradición original de un pueblo, el resultado no deja de ser digno de interés.
Los Amarus “petrificados” no son exclusivos del mito anterior. El clérigo español Cristóbal de Albornoz escribió sobre una creencia compartida los indígenas que habitaban la sierra de Lima durante el siglo XIV:
“Ay otro género de guaca ques cierto género de culebra de diferentes hechuras. Las adoran y sirven. Tomaron los yngas principales sus apellidos. Nómbranse machacuay y amaro… Aunque pienso dar fastidio diré una niñería y patraña que los naturales de los confines de Lima tienen en la sierra, como ban a Guadocheri de acá, en todas las lagunas antes que llegan a Las Escaleras, y es que naturaleza en aquellas peñas, en la traviesa dellas que atraviesa el camino real de una legua a otra, crió una beta de mármol blanco de longitud larga. Y los naturales cercanos a ella creen y dizen que, cuando los españoles entraron en estos reinos, salió de la una laguna la culebra llamada amaro para irse a la otra y con la nueva se enfrió y se tornó piedra. Tiene señal de culebra, porque yo la e visto. Todas las provincias alrededor la mochan cuando pasan por allí, con mucha reverencia… Yo e visto encima della muchos acollicos y ofrescimientos todas las bezes que por allí e pasado.” (6)
Es evidente que Albornoz, ávido perseguidor de supersticiones, no tenía en mucha estima las leyendas indígenas; sin embargo, las creencias por él documentadas revelan la importancia que ciertas figuras sobrenaturales del mundo andino tenían para ellos. El Amaru aquí descrito era reverenciado por los habitantes locales, y la veta de mármol mencionada de hecho se encuentra entre las lagunas Mullococha y Culebrayoq, justo en el camino inca que conduce al nevado Pariacaca (7). Albornoz también menciona que hubo incas que tomaron el nombre de “Amaru” para sí, hecho corroborado por el cronista indígena peruano Juan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua al tratar sobre el nacimiento de Amaru Inca Yupanqui, uno de los hijos del Inca Pachacútec:
“Y en Poma Cocha, antes de llegar a Uillcasguaman, que es lugar muy caliente que mira hacia el Cuzco, allí nació un hijo barón ligítimo y mayor llamado Amaro Yupanqui en donde estubo algunos días. En este tiempo dizen que llegó la nueba como en el Cuzco ubo un milagro que como un yauirca o amaro abía salido del serro de Pachatusan muy fiera bestia, media legua de largo y gruesso de dos bracas y medio de ancho, y con orejas y colmillos (y barbas) (por caussa deste amaro puso por nombre a su hijo Amaro Yupanqui). Y viene por Yuncay Pampa y Sinca, y de allí entra a la laguna de Quibipay, …” (8).
La aparición del Amaru y el nacimiento de Amaru Inca Yupanqui coinciden con un terremoto de gran magnitud ocurrido al este del Cusco, el cual es atribuido a la salida de la criatura desde el cerro Pachatusan, en cuya cima supuestamente el Amaru dejó la marca de su paso (9). La noción de que la serpiente (amaru) es el habitante del Ukhu Pacha responsable de la actividad sísmica es un motivo recurrente en el arte preinca; en una vasija de barro perteneciente a la cultura Moche el Amaru aparece al nivel del subsuelo (Figura F), y en el borde inferior de una yupana (una especie de tablero de piedra utilizado para realizar cálculos) hallada en el sitio arqueológico de Pashash (Ancash) se puede apreciar una serpiente bicéfala tallada en la piedra bajo unos escalones que corresponden al nivel superior del tablero, lo que parece asociar a la serpiente con la tierra (10).


Curiosamente, esta asociación del Amaru con la tierra fue transferida al toro, animal que, pese a no pertenecer a la fauna autóctona sudamericana, ha sido incluido en la cosmovisión andina hasta el punto de considerarlo un habitante del Ukhu Pacha cuya existencia precede a la aparición de los mismos indígenas en el mundo conocido (11). De ahí que toro y serpiente se manifiesten sobrenaturalmente en los lagos y montañas de la cordillera en algunas leyendas. En los relatos de Albornoz y Santa Cruz Pachacuti, después de emerger, el amaru se dirige a una laguna, convirtiéndose en piedra en el primero y creando unas crestas rocosas en la cima de un monte en el segundo, y en las regiones de Urubamba y Chumbivilcas existen leyendas en las que el alma de algunos cerros, a los que todavía se les atribuye cierta divinidad, se manifiesta en forma de toro para vigilar las lagunas donde guardan sus tesoros (12).
Pero a pesar de que ambos animales están asociados con la tierra, cada uno representa un aspecto sexual opuesto: la bravura del toro andino lo convierte en un símbolo de virilidad y masculinidad, mientras que la serpiente es más bien un símbolo de la fertilidad de la tierra y de feminidad, ejemplificado en el “juego de los ayllus y el amaru” recogido por el mismo Cristóbal de Albornoz. Éste se jugaba con una serpiente de lana y tres ramales de soga con cabos de plomo, y, según cuenta el cronista, los gobernantes incas lo utilizaban para ganar tierras y ganados a sus aliados, que eran también sus competidores (13). En este juego, el “ayllu”, representado por los ramales, es un símbolo fálico asociado a la masculinidad, al cielo y a la conquista de otros pueblos, mientras que el Amaru es un símbolo femenino asociado a la tierra y a los conquistados (14). Ello tiene un evidente sentido político, pues algunos autores sostienen que el Amaru representa a los pueblos conquistados pertenecientes a la región del Chinchaysuyo (15, 16), una de las cuatro grandes divisiones del imperio incaico que se extendía desde el occidente del Cuzco y luego hacia el norte hasta el Ecuador. Volviendo al relato de Albornoz, el párroco cuenta que el Amaru fue tomado como apellido por los incas más importantes. Por otra parte, el cronista amerindio Guamán Poma de Ayala cuenta que en la dinastía inca corría también la sangre de la casta de los Amarus (17). Recordemos que el último de los incas de Vilcabamba fue llamado Túpac Amaru, quien se sublevaría contra los conquistadores españoles alrededor de 1570, título que posteriormente adoptaría el caudillo indígena José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II) al iniciar la rebelión anticolonial más grande en el Virreinato del Perú durante el siglo XVIII. Siendo así, no es de sorprender que los escudos de armas de ciertos incas, al ser dibujados según la heráldica española, incluyeran la imagen del Amaru.


Figura I – Lucha entre el león y la sierpe en el lienzo de Urquillos [Rojas Silva, David (1984) El león y la sierpe. Una alegoría andina del siglo XVIII. Historia y Cultura, 5, p. 60.]
Como hemos visto, el Amaru evoca las características fundamentales de un dragón: es una serpiente monstruosa de gran tamaño, y al igual que con los primeros dragones en aparecer en el reino de la mitología, se le asocia con la fertilidad. Asimismo, es posible que el Amaru haya incorporado algunos de los rasgos del dragón europeo medieval a medida que la cultura española se fuera asentando en el continente sudamericano. En algunas representaciones gráficas de la victoria española sobre la rebelión de José Gabriel Condorcanqui, el Amaru que representa al caudillo rebelde y que se enfrenta al león (España) posee un par de alas y una larga cola que termina en punta de flecha (18). A su vez, es posible identificar el motivo del matadragones en las hazañas atribuidas a ciertos incas; se cuenta que el inca Mayta Cápac tuvo que derrotar a un Amaru en la selva (19), y lo mismo se dice sobre el inca Pachacútec durante su conquista de los Andes (20). Quizá este fenómeno pudo haber inspirado leyenda del folklore de Junín (Perú) que el escritor indigenista José María Arguedas recogió en su libro Mitos, leyendas y cuentos peruanos (1947), en la cual la imagen del Amaru también se asemeja a la de los dragones alados europeos:
En tiempos remotos, el actual valle de Jauja o del Mantaro estaba cubierto por las aguas de un gran lago en cuyo centro sobresalía un peñón llamado Wanka, sitio de reposo del Amaru, monstruo horrible con cabeza de llama, dos pequeñas alas y cuerpo de batracio que termina en una gran cola de serpiente. Más tarde, el tulunmaya (arco iris) engendró en el lago otro Amaru para compañero del primero y de color más oscuro; este último nunca llegó a alcanzar el tamaño del primero, que por su madurez había adquirido un color blanquizco. Los dos monstruos se disputaban la primacía sobre el lago, cuyo peñón, aunque de grandes dimensiones, o alcanzaba ya a dar cabida para su reposo a los dos juntos. Estas frecuentes luchas, por cuya violencia se elevaban a grandes alturas en el espacio sobre trombas de agua, agitando el lago, el Amaru grande perdió un gran pedazo de su cola al atacar furioso al menor.
Irritado, el dios Tikse descargó sobre ellos una tempestad, cuyos rayos mataron a ambos, que cayeron desechos con diluvial lluvia sobre el ya agitado lago, aumentando su volumen hasta romper sus bordes y vaciarse por el sur.
Cuando así húbose formado el balle, salieron lanzados del Warina o Wari-puquio (que proviene de las palabras wari, ” escondrijo no profanado que guarda alguna cosa o ser sagrado”, y puquio, “manantial”), los dos primeros seres humanos, llamados Mama y Taita, que hasta entonces habían permanecido por mucho tiempo bajo tierra por temor a los amarus.
Los descendientes de esta pareja construyeron, más tarde, el templo de Wariwillka, cuyas ruinas existen todavía.
Hoy, es creencia general entre los wankas, que el amaru es la serpiente que, escondida en alguna cueva, ha crecido hasta hacerse inmensa, y aprovechando los vientos que se forman durante las tempestades intenta escalar al cielo, pero es destrozado por los rayos entre las nubes; y según sea blanca o negra la figura del amaru en el cielo presagia buen o mal año. (21)
En mi opinión, la narración de Arguedas es la precursora del grueso de leyendas del Amaru que no solo existen en la forma de tradición oral entre los pobladores de la región, sino que también circulan en varias revistas y sitios dedicados a la difusión de mitos y leyendas, los cuales han conseguido que la imagen del Amaru en la cultura popular se asemeje a la de los dragones alados. Una de ellas es la leyenda de los “Amarus de Junín”, la cual, si bien incluye a todos los personajes de la historia recopilada por Arguedas, le añade ese vínculo original con la tierra que tiene el amaru de las narraciones de los cronistas. Según la leyenda, en el pasado los Huancas (un antiguo grupo étnico de la región de Junín) vivían en las cavernas de los cerros debido a que en los lagos que yacían al pie de las montañas estaban habitados por fieras terribles; afligidos por su situación ellos le pidieron al dios del cielo Wiracocha que los auxiliara; éste le ordenó a Tulunmaya (el arco iris) que les ayudara, y entonces Tulunmaya hizo salir de su pecho a una bestia de color negro con cabeza de guanaco, alas de gavilán, patas de otorongo, cuerpo de sapo y cola de serpiente denominada Yana Amaru (serpiente negra en quechua), la cual acabó con las demás fieras del lugar; sin embargo, al no tener más enemigos, el Yana Amaru comenzó a atacar a los pobladores, quienes imploraron la ayuda de Wiracocha una vez más. Éste hizo surgir al Yuraq Amaru (serpiente blanca) para detener al monstruo anterior, del cual solo se diferenciaba por su piel plateada. Desafortunadamente, la batalla entre ambas criaturas causó muchos más estragos que las que causaron las fieras que habían acosado anteriormente a los pobladores, por lo que Wiracocha tuvo que enviar a Illapu (el rayo) y a Wayrapuka (el viento) para derrotar a los Amarus; las dos bestias intentaron huir al ver el poder de estas dos fuerzas, pero Wayrapuka no les permitió esconderse; separó las aguas cuando quisieron sumergirse en un lago, y los hizo volver del cielo cuando trataron de volar más alto, dejándolos a merced de Illapu para que les de el golpe mortal. Los Amarus aumentaron considerablemente de tamaño antes de morir, y sus cuerpos formaron las cadenas montañosas del valle del Mantaro, en cuyas cumbres nacen las fuentes de agua que alimentan los bosques y labradíos de la región. (22)

Aunque la versión anterior es simplemente atribuida a la tradición oral local, ésta sigue siendo una ingeniosa amalgama de la imagen clásica del dragón y del Amaru andino; el cuerpo de los Amarus de Junín está compuesto por las partes de varios animales, algo muy característico de los dragones europeos y asiáticos, más consiguen conservar ese simbolismo que los relaciona con la tierra al momento de expirar y convertirse en roca. Pero hay un detalle más que creo merece cierta atención, y es que ambas historias parecen insinuar una relación entre los Amarus y el cielo. Por algún motivo que nos es desconocido, los Amarus intentan ascender al firmamento, pero son destruidos por el rayo y el viento antes de conseguirlo, ocasionando diversos fenómenos atmosféricos (lluvias, tormentas) que pueden traer bonanza o perjuicio a los pobladores de la región. Este hecho es de especial interés debido a que existe otro ser mitológico en las culturas mesoamericanas precolombinas con aspecto de serpiente que está asociado con el cielo y el viento: Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada de los Aztecas. Ahora bien, es dudoso que exista una relación directa entre estas criaturas legendarias, sobre todo cuando el vínculo entre Quetzalcoatl y el cielo está perfectamente definido en sus leyendas mientras que el del Amaru es apenas sugerido en el cuento de Arguedas y los “Amarus de Junín”, pero sigue siendo curioso que este elemento haya sido incorporado en estas dos versiones.
El mito del Amaru es tan complejo como fascinante; sea en su forma de serpiente bicéfala del inframundo o en la del monstruo alado que combate encarnizadamente a su símil, el Amaru nos hace pensar tanto en los primeros dragones-serpiente como en su prole, los dragones de la mitología medieval y de la fantasía convencional. Sin duda hay mucho más que se puede decir sobre él, y no faltarán plumas inquietas que vuelvan a revivir su leyenda para arrojar alguna nueva luz sobre esta criatura.
Bibliografía
(1) Frisancho Velarde, Óscar (2012), Concepción mágico-religiosa de la Medicina en la América Prehispánica. Acta Médica Peruana 29(2 ) p. 121.
(2) Arce Ruiz, Óscar (2007), Tiempo y Espacio en el Tawantinsuyu: Introducción a las concepciones espacio-temporales de los Incas. Nómadas – Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas, p. 4.
(3) Zuidema, R. Tom (1967), El juego de los ayllus y el amaru. En: Journal de la Societé des Americanistes, Tome 56 n°1, p. 49.
(4) Ávila, Francisco de ([1598] 1966), Dioses y hombres de Huarochirí. Narración quechua recogida por Francisco de Ávila. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, pp. 97-99.
(5) Gentile, Margarita E. (2017), El Amaru como emblema de los Incas del Cusco (Siglos XVI-XVII). El Futuro del Pasado, n°8, pp. 302-304.
(6) Duviols, P. (1984), Albornoz y el espacio ritual andino prehispánico. Revista Andina, 2 (1), pp. 201-202.
(7) Gentile, Margarita E. (2017), El Amaru como emblema de los Incas del Cusco (Siglos XVI-XVII). El Futuro del Pasado, n°8, pp. 304-305.
(8) Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua, Juan de ([1613] 1993), Relación de antiguedades deste reyno del Piru (1613). Lima-Cusco: Instituto Francés de Estudios Andinos-Centro Bartolomé de las Casas, pp. 223-224.
(9) Gentile, Margarita E. (2017), El Amaru como emblema de los Incas del Cusco (Siglos XVI-XVII). El Futuro del Pasado, n°8, pp. 306-307.
(10) Gentile, Margarita E. (2017), El Amaru como emblema de los Incas del Cusco (Siglos XVI-XVII). El Futuro del Pasado, n°8, pp. 318-319.
(11) Molinié, Antoinette (2003), Metamorfosis Andinas del Toro. Revista de Estudios Taurinos N°16, Sevilla, pp. 25, 26.
(12) Molinié, Antoinette (2003), Metamorfosis Andinas del Toro. Revista de Estudios Taurinos N°16, Sevilla, pp. 27, 28.
(13) Zuidema, R. Tom (1967), El juego de los ayllus y el amaru. En: Journal de la Societé des Americanistes. Tome 56 n°1, p. 41.
(14) Burgas Guevara, Hugo (1995), El guamán, el puma y el amaru: formación estructural del gobierno indígena en Ecuador. Ediciones Abya-Yala N° 29, p. 49.
(15) Zuidema, R. Tom (1967), El juego de los ayllus y el amaru. En: Journal de la Societé des Americanistes. Tome 56 n°1, p. 49.
(16) Burgas Guevara, Hugo (1995), El guamán, el puma y el amaru: formación estructural del gobierno indígena en Ecuador. Ediciones Abya-Yala N° 29, pp. 49-50.
(17) Poma de Ayala, Felipe Guamán ([entre 1584 y 1614] 1936), Nueva crónica y buen gobierno. Paris, f. 80, 82.
(18) Gentile, Margarita E. (2017), El Amaru como emblema de los Incas del Cusco (Siglos XVI-XVII). El Futuro del Pasado, n°8, p. 315.
(19) Anello Oliva, G. ([1631] 1998), Historia del reino y provincias del Perú y vidas de los varones insignes de la Compañía de Jesús. Lima: Pontifica Universidad Católica del Perú, pp. 63-64.
(20) Santa Cruz Pachacuti Yamqui Salcamaygua, Juan de ([1613] 1993), Relación de antiguedades deste reyno del Piru (1613). Lima-Cusco: Instituto Francés de Estudios Andinos-Centro Bartolomé de las Casas, p. 227.
(21) Arguedas Altamirano, José María ([1947] 2008), Mitos, leyendas y cuentos peruanos. Edición de José María Arguedas y Francisco Izquiero Ríos. Siruela, Biblioteca de Cuentos Populares, p. 44.
(22) Historias y Relatos – Los Amarus de Junín o Amaru Aranway http://www.historiasperdidaseneltiempo.com/2014/06/amarus-de-junin-o-amaru-aranway.html